Las presiones políticas son el principal freno a que el trauma posterior a una interrupción voluntaria del embarazo- que no solo afecta a las mujeres- no se catalogue ni se aborde adecuadamente.
La interrupción voluntaria del embarazo (IVE) esta reconocida por expertos e instituciones a nivel internacional como un evento potencialmente estresor, en el contexto de una vida sometida a otros estresores. En otras palabras, en gran parte de los casos, representa una experiencia compleja -no homogénea ni lineal- cuya sintomatología y desarrollo le hace pertenecer a los denominados trastornos de estrés postraumático (TEPT).
En concreto, el cuadro clínico psicológico y emocional que se suele producir en un número elevado de mujeres después de someterse a una IVE es conocido como síndrome postaborto(SPA) y estaba recogido en el manual de referencia de psiquiatría, el DSM III (Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos mentales, por sus siglas en inglés) , vigente entre 1980 y 1994. “En el DSM IV no aparece por presiones políticas e intereses ideológicos”, señala Begoña Requena, psicóloga general sanitaria. “Y no solo eso, sino que hay una carencia de estudios epidemiológicos de este síndrome– también motivada por intereses ideológicos- que no permite su incorporación a las clasificaciones internacionales de los trastornos mentales”. Y lo que no se clasifica ni se estudia, no existe.
Evidencia científica
La consideración del aborto como un trauma con potencial para desatar un TEPT está asentada en una serie de evidencias científicas que justifican que los síntomas que padecen estás mujeres- especialmente la depresión, la ansiedad y la culpa– cumplen criterios diagnósticos del DSM-IV y CIE-10 (clasificación internacional de enfermedades mentales). Junto a ellos, aparecen con frecuencia otras manifestaciones clínicas que dotan de entidad propia al SPA.
“Las mujeres que se someten a IVE ven conectores con su experiencia por todas partes: personas, lugares, objetos o hechos que se asemejan en lo más mínimo a recuerdos no deseados, oculto. Por ejemplo, ver embarazadas, estar cerca de bebés o ver sus fotos, ver médicos o material quirúrgico, ir a hospitales, entre otros. Yo tenía una paciente que era ATS y que, frecuentemente, cuando pasaba por delante de una foto grande de un bebé que había en la zona de pediatría de su hospital, sufría ansiedad. Otro síntoma que se repite es que recuerdan las fechas de aniversario del bebé (”mi hijo podría tener 1 años, dos años, etc). Ninguna olvida la fecha en la que estaba previsto el parto, y muchas se ponen enfermas- con dolores abdominales- en ese momento”, explica la psicóloga.
“Otro comportamiento habitual es el aislamiento social en los primeros meses después del aborto, o, por el contrario, la reacción opuesta, que es la de empezar a salir sin parar y no dejar ni un minuto libre para no pensar en ello. También encontramos una relación muy estrecha con trastornos de la conducta alimentaria (TCA), ya que, a través de la comida, ‘purgan’ su sentimiento de culpa”. De hecho, el Instituto norteamericano Elliot es una de las instituciones de referencia internacional en el estudio del SPA y, en varias investigaciones, ha mostrado que hasta un 70% de las mujeres con TCA habían tenido abortos.
El cuadro clínico incluye también otros síntomas como la ansiedad y los ataques de pánico, el consumo de alcohol y drogas, una afectación profunda de la sexualidad, – “ya sea la pérdida del placer sexual como el desarrollo de una pauta autodestructiva de no poner medios, y, como su situación social y emocional no ha cambiado, vuelven a someterse a abortos de repetición”-, flashbacks, tentativas de suicidio– que se dan más en los hombres- y/o pensamientos suicidas– más en las mujeres- y sentimientos profundos de culpabilidad– “tanto a sí mismas como a algo o alguien de su entorno: su pareja que no las apoyo, sus padres, el médico, etc”-.
Por otro lado, la mujer que interrumpe su embarazo no es la única a la que esta decisión puede dejar marcada. Las familias – en el caso de menores de edad o chicas muy jóvenes- y la pareja también pueden sentir los efectos del trauma posterior. “El aborto rompe parejas, incluso cuando la decisión ha sido consensuada. Y las que se mantienen juntas, se separan emocionalmente. El tema se convierte en un tabú porque, aunque la mujer tiene a querer hablar y compartir su dolor, el hombre se niega, se lo guarda y lo sufre en silencio. Solo si se interviene socialmente, si se les da un apoyo de que, por ejemplo, se les ofrezca terapia, la sietuación puede encauzarse”, señala Requena.
Respecto a la familia, la experta asegura que cada vez más son los padres los que obligan sus hijas a abortar. “Yo he tenido pacientes jóvenes que venían con sus padres a consulta porque ellas querían tener al bebé y sus padres no. El argumento de los padres suele ser que no quieren volver a ‘hipotecarse’”.
La información sanitaria como área de mejora
La falta de estudios clínicos sobre los efectos psicosociales y emocionales de la IVE parece ser un sesgo importante para poder conocer más y actuar mejor en estos casos. Una de las revisiones más actuales sobre las vivencias emocionales de las mujeres en torno a esta experiencia es el estudio ‘Women’s emotional accounts of induced abortion’. Se trata de una revisión sistemática cualitativa basada en la búsqueda bibliográfica de estudios publicados desde 2010 hasta 2020 en los portales científicos PubMed, Science Direct y Scopus. De ella se extraen algunas conclusiones como que la relación con el personal sanitario condiciona en gran medida la vivencia del aborto, por su labor informativa, de apoyo emocional y en la toma de decisiones compartidas. También que la formación e información adecuada del personal sanitario es el principal ámbito de mejora en el abordaje asistencial de la IVE.
Por un lado, surgieron opiniones positivas sobre el trato y la calidad de la relación, con efectos emocionales benéficos para las pacientes: reducción de la tristeza y del sentimiento de pérdida, del llanto, de la preocupación y del miedo. Otros estudios documentaron la falta de comunicación, el trato impersonal, distante y frío, o la percepción de actitudes negativas y desconsideradas del personal sanitario que, pese a explicarse desde el marco sociocultural local, provocaron mayor sensación de soledad, tristeza o aprecio”, señala la investigación.
Otro aspecto interesante son las experiencias descritas en relación con la ecografía preaborto, que variaron desde el trauma emocional, la dificultad y el estrés hasta la vivencia positiva. “Al permitir tener más información y control sobre el proceso, el acceso a la ecografía se vería como un derecho y las mujeres valoraron positivamente poder elegir entre verla o no”, relata el análisis.
La polémica respecto a este tema, surgida a raíz de la iniciativa del gobierno de Castilla y León de ofrecer apoyo psicológico a la mujer que quiere someterse a una IVE, junto con la posibilidad- también sujeta a la voluntad de esta y al criterio del ginecólogo o la ginecóloga que la atienda- de acceder a una ecografía 4D y de escuchar el latido fetal, estarían alineadas con lo que muestra este análisis.
Juan Adsuana y Mayte, un matrimonio de Castellón, vivieron hace 18 años la experiencia contraria. Mayte se quedó embarazada con 40 años- Juan tenía 39- y estaban deseando tener familia. Al acudir a la primera cita de confirmación del embarazo, se encontraron con una actitud fría y desconsiderada por parte del profesional sanitario que les atendió.
“Fuimos a la ginecóloga unas semanas después de la primera falta y, durante la ecografía no dejaba de repetir que el nuestro era un embarazo de riesgo- solo por la edad- y que mi mujer estaba en plazo de poder abortar. Nos lo decía mientras estábamos oyendo el latido del corazón del bebe y yo sentí una furia tremenda, por la falta de delicadeza y de sensibilidad y por asustarnos de esa manera. Me pareció increíble que eso fuera lo único que tenía que decirnos cuando estábamos felices con la noticia de ser padres y abortar ni se nos pasaba por la cabeza. Para mí, mi hija ya estaba viva”, explica Juan a LA RAZÓN.
“La doctora seguía insistiendo en el tema del embarazo de riesgo y la única alternativa que nos daba era el aborto. No nos ofreció consejos como repose, o pida una baja en el trabajo, o tiene que llevar el embarazo de un modo muy controlado, cuídese la alimentación… no, sólo insistía en que estábamos en plazo de abortar. Nunca concretó cuál era el porcentaje de riesgo ni de qué era exactamente ese riesgo”. El embarazo fue rodado, su mujer no tuvo ningún problema y el “riesgo” va a cumplir 18 años. “Recuerdo aquello como una de las experiencias más horribles de mi vida”.
Fuente: LA RAZON